Gante-Wevelgem, un monumento de carrera.

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Por Jon Karrantza

El sexto monumento. En los últimos años no ha habido otro debate que éste cuando se acerca (y se aleja) la Strade Bianche. Los 5 monumentos del ciclismo (Milán-Sanremo, Tour de Flandes, Paris-Roubaix, Lieja-Bastogne-Lieja y Giro de Lombardia) no hace tanto que fueron definidos así, hace unos 35 años. Y lo son por compartir unas singulares características de alto nivel: historia, dureza, kilometraje, participación, vencedores, etc. Son las carreras de un día (también llamadas clásicas) más importantes de la temporada junto con el mundial de ruta. Máximos objetivos, que dan a sus ganadores un lugar en la historia de este deporte.

¿Y la Strade Bianche? Espectacular, dura, épica, con sabor añejo y con grandes vencedores. Por eso el debate. Una gran carrera, qué duda cabe, aunque le falta algún elemento de los anteriormente descritos para ser un monumento. Pero ¿hace falta un sexto? No lo creo, los 5 originales marcan perfectamente los hitos y cumbres del calendario ciclista, el relato de la temporada. Y es un debate estéril porque, como bien dice Antonio Alix, hay leyendas de este deporte que serían expulsadas de la historia al no tener opción de ganar el susodicho “sexto monumento”.

Además, hay otras carreras que optarían a dicho honor con sus buenas razones: Paris-Tours, Amstel Gold Race o la Clásica de Donostia, por ejemplo. ¿Qué más da? Son carrerones de todas formas, y ganarlas otorga un prestigio más que notable. Otra carrera que entraría en la puja perfectamente se celebra éste próximo domingo, la Gante-Wevelgem. Tiene una mezcla de ingredientes de otros monumentos: Tour de Flandes (cotas adoquinadas), Paris Roubaix (tramos llanos de tierra parecidos a los empredrados) y Milán-Sanremo (probable resolución al sprint). A los que hay que añadir su característica propia, y la que la hace diferente: el viento.

La “Gent-Wevelgem in Flanders Fields” tiene distancia de monumento, alrededor de los 250kms, pero sólo desde hace unos diez años. Es la distancia clave en carreras de un día, la que deja su resolución a la incertidumbre de cruzar el umbral de los más de 200kms. Es cuando pasan cosas inesperadas, los fondistas emergen y llega la épica. Está dividida en 3 fases muy marcadas: la primera mitad llana expuesta al viento, la zona selectiva de cotas y adoquines, y los 35kms finales llanos de persecuciones espectaculares.

Se sale de la ciudad de Ieper, concretamente atravesando su emblemática puerta de Menin. Desde aquí partían los soldados hacia la batalla en la I Guerra Mundial, muy centrada en esta zona de Europa, y cuyas causas (bien explicadas en un antiguo programa del podcast Historiados) recuerdan mucho a la actual situación internacional. Ya lo cantaba Reincidentes, la historia se repite. También se repite el paso por la ciudad después de hacer un pequeño bucle, y la carrera prosigue hacia la costa a través de inmensos campos de cultivo (“in Flanders Fields” es un famoso poema de guerra) y agricultura: heno, trigo, ovejas. Pero también búnkeres y cementerios. Llanuras interminables donde abundan las amapolas, símbolo de todas las víctimas.

Esta zona, por la que discurre la primera mitad de la carrera y habitualmente no se ve por televisión, tiene un efecto fundamental en el desarrollo de la carrera y en su resolución. Es una zona muy expuesta al descarnado viento que suele azotar al pelotón en su doble sentido de ida y vuelta. Son muy habituales los espectaculares abanicos, con sus consecuencias de gasto de energía en los corredores. Tras 150kms de cansancio acumulado se llega a la zona más dura y selectiva, las Ardenas Flamencas.

Es una zona de pequeñas colinas verdes boscosas que sobresalen en la llanura del Flandes occidental. Se empieza con un primer bloque de cotas (Bergs) para calentar las piernas: Scherpenberg, Baneberg, Monteberg y el primer paso por la vertiente adoquinada “suave” del Kemmelberg. A su dificultad en forma de desnivel se añade otro factor intrínseco de las clásicas del norte, bien definido por Iván Romeo en el twitch de ACDP hace pocos días: la aproximación a los tramos. Son carreteras pequeñitas en las que la colocación es clave, y cada entrada es como un sprint, incluyendo tensión, codos, caídas, etc. Esto contribuye a una auténtica carrera de eliminación.

A continuación, y desde hace pocos años, se han incluido los Plugstraats, tramos llanos de tierra en los alrededores del memorial de guerra de Anzac (con su museo y cementerio). Aparte de resaltar el toque histórico de la zona, introduce una nueva variable de incertidumbre. Normalmente afecta poco pero todo suma en esta carrera de desgaste. Y tras ellos llega la parte decisiva con la última serie de Bergs: Monteberg, Kemmelberg, Scherpenberg, Baneberg y la subida final por la vertiente adoquinada dura al Kemmelberg (al 23%). En ésta colina se libró la batalla de Lys, de las más cruentas de la primera guerra mundial. En este caso es escenario de un combate deportivo, sería de agradecer que los intereses económicos y militares se decidieran de esta forma menos sangrienta.

Tras la batalla del Kemmelberg queda todo dispuesto para la traca final, la que hace especial a esta carrera. Con 35kms aún por cubrir, la carrera se presenta rota en pedazos y enfila largas rectas en las que todos los grupos se ven. Pero el peso del kilometraje, el constante viento y la falta de gregarios, deja solos a los líderes en las difíciles labores de caza y persecución. Ello da como resultado un espectáculo precioso pocas veces tan apreciado durante la temporada, el de rodar al máximo en el llano. Puro ciclismo.

Queda la guinda de la resolución que, como en toda clásica, sólo da la gloria al vencedor. En ocasiones unos pocos corredores logran abrir un hueco, la famosa y básica “fuga de la fuga” de Txente, mediante una mezcla de oportunismo, suerte y la poca fuerza que les quede. Así ocurrió en la última edición, tras salir Wout Van Aert destacado del Kemmelberg y luego de persecuciones y reagrupamientos, Biniam Girmay remachó una pequeña fuga de 4 corredores en un gran final. Otras muchas veces se llega a un reducido sprint. Pero qué sprint, agónico y desordenado, sólo apto titanes como Alexander Kristoff en la preciosa edición de 2019, o para fondistas como Peter Sagan en la edición anterior dejando con cara de circunstancias al archifavorito Viviani.

La edición 2023 pinta bien una vez más. Como siempre tendrá una gran participación, aunque con ausencias también. Después de correr en la E3 de Harelbeke, los recientemente triunfantes Mathieu Van der Poel y Tadej Pogacar se tomarán un descanso antes de afrontar su gran objetivo del Tour de Flandes. No estará tampoco Julian Alaphilippe, aún no siendo una carrera tan adecuada a sus características sería aprovechable para recuperar el tono perdido cara a De Ronde. Aparte de la calidad de Van Aert y el estado de forma de Filippo Ganna, la nómina de aspirantes es muy amplia con una mezcla de los mejores clasicómanos, sprinters y fondistas.

Y ojo a la predicción meteorológica, todos se enfrentan a condiciones dantescas de lluvia, frío y viento cruzado que recuerdan a la edición de 2015. Una edición inolvidable, ganada por el controvertido Luca Paolini, que dejó imágenes como la del otrora pedrusquero Geraint Thomas (qué pena de clasicómano desperdiciado por su equipo) arrastrado a la cuneta por el vendaval. Si siempre requiere sufrimiento, este año aún más para ganar la Gante-Wevelgem, un monumento de carrera.

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