Naranco: De Alfonso II a Pierre Latour

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El Naranco.

Símbolo de los ovetenses, tan carbayón como el propio árbol y brújula de los que pierden el norte (en el sentido más literal de la expresión debido a su emplazamiento en la zona septentrional de la ciudad).

Olor a historia, arte. Nieve, lluvia, prao. Dinamita. Bollo preñao y sidra un Martes de campo. Ciclismo.

Desde que Ulpiano Menéndez inscribiera por primera vez su nombre como ganador en la cima ovetense, hasta que lo hiciera Pierre Latour en la reciente Vuelta a Asturias, muchos fueron los grandes campeones que allí lograron la victoria. Bahamontes, El Tarangu, Rominger, Induráin,… Txente,…

Y es que, a ver, seamos sinceros. El monte no es un Galibier, Stelvio o Los Lagos. No tiene la fama de un Zoncolan, Alpe d’Huez o el cercano l’Angliru. Pero como decía aquel… “El Naranco ye El Naranco”.

Lejos queda 1941, todavía con el aroma a pólvora de la revolución de Ochobre de 1934 y posterior guerra civil, recuperándose Oviedo de la represión sufrida en otras batallas muy diferentes a las vividas ahora en sus carreteras. Masacre. Horror. Violaciones. Un carnicero pacense afuracando el cuerpo de aquella neña de guapos años gayasperos. Sería quizás desde aquellas trincheras donde a unos locos se les ocurrió organizar una carrera ciclista para ver quién era el valiente en atravesar primero ese camino de cabras que unía la Vetusta de Clarín con el monte.



Oye, que en Uviéu (permitidme que en ocasiones use el topónimo asturiano) siempre fueron muy de buscar nuevas rutas, retos y peregrinaciones. Durante el reinado de Alfonso II el Casto (sí, lees bien en la misma frase una referencia a monarquía y castidad) un ermitaño descubrió una tumba en una capilla compostelana que parecía pertenecer al apóstol Santiago. Pues bien, al enterarse el rey, emprendió travesía hasta dicho templo siendo así el primer peregrino y creador del camino primitivo.

No eran años muy exitosos para nuestros ciclistas. Digo esa primera mitad de S. XX, no quiero imaginarme al casto montado en bicicleta. La Vuelta a España estaba teniendo un parto complicado, los éxitos de corredores españoles hasta entonces fuera de nuestras fronteras escaseaban más allá de los que leídos sobre un pequeño corredor cántabro, de Torrelavega él, que encandilaba en las montañas del Tour de Francia. Vicente Trueba nunca ganaría en la montaña ovetense, pero sí lo hizo su hermano, Fermín, para muchos el mejor de la saga, pero que la guerra civil primero y la segunda contienda mundial después impidió que triunfara en el ciclismo internacional. Es todavía, a día de hoy, quien más veces levantaría los brazos en la meta de El Naranco (con permiso de Lejarreta).

Catorce ediciones se disputaron entre 1941 y 1966 de esa carrera de un día que  juntaba a cientos y cientos de carbayones en las cunetas (si es que éstas se distinguían del camino) para animar a los Langarica, Bahamontes, Barrutia o Perurena. Pero hasta entonces nunca se había introducido como final de etapa en una Vuelta a España que ya entraba en la pubertad.

Fue en 1974 cuando por fin se decide poner una meta en los cielos ovetenses. Nuestro ciclismo va teniendo mayor repercusión. Poblet, ciclista con mayor número de victorias españolas hasta la fecha, Bahamontes y Ocaña vestidos de amarillo en las calles de París y un asturiano, de Llimanes, poniendo en aprietos al mismísimo Eddy Merckx en las temibles rampas de los colosos italianos. José Manuel Fuente se llamaba, El Tarangu. Llegaba a 1974 con una Vuelta a España y un segundo puesto en el Giro tras el Caníbal dos años atrás, además de ser tercero en aquel Tour de 1973 ganado por Luis Ocaña. Se convierte en el primer español en conseguir podio en las tres grandes. Hablar de El Tarangu merece un artículo (o un libro) solo para él. Pero como decíamos, aquel 6 de mayo de 1974 quería dar un paso de gigante para su victoria final en la ronda española. Y lo quería hacer a lo grande, en el alto que su amigo y primer entrenador Carretillo le hacía subir después de largas travesías por las carreteras asturianas. Como colofón. “Si te ves con ganas y fuerzas, pruébate en El Naranco”, le decía.

Todos sus familiares, vecinos, amigos, el pueblo de Uviéu, de Asturies… Más de 50.000 personas se dieron cita en las cuestas de una cima que poco a poco se iba a ganar el título de legendaria.



La etapa salía de León y Fuente atacó desde lejos. Nada de medias tintas, así era él. Todo o nada.  Ganar o morir. A veces salía bien y otras (muchas) acababan con toda opción de llevarse una grande.

Cagoenmimadre, dejaime que a este lo machaco hoy. – glayaba el de Llimanes cuando sus compañeros intentaban persuadir su idea de romper la carrera a 150 km de meta. 

Atacó a tumba abierta en el descenso del puertu Payares junto con su compañero del KAS, Menéndez, y en solitario se plantó en la meta, vestido de amarillo y levantando su pierna izquierda al sentirse ganador. Algunos le tacharon de prepotente, parecía que quería demostrar su superioridad en una gesto cual de un canino miccionando. Nada más lejos de la realidad. Ese gesto era en agradecimiento al doctor Capdevilla, que meses antes le había operado de varices, dolencia que ya venía arrastrando un tiempo atrás.



Victoria gestada en Pajares pero rematada en la curva de San Miguel de Lillo, cuando Menéndez le dijo que ya no podía ayudarle ni aguantar a su rueda. Justo en ese conjunto arquitectónico empieza lo duro de la subida, donde ganas o pierdes la carrera y donde Ramiro I, hijo de Bermudo I y Uzenda, rey de los astures como sucesor de Alfonso II el Casto,  levantó su recinto palaciego de verano. Más o menos como el Marivent de la época, pero con menos glamur.  Se conserva todavía la citada iglesia y el edificio regio de Santa María del Naranco, joyas del prerrománico asturiano que son visitadas por miles de turistas al año. Bello emplazamiento donde el monarca hacía ostentar su poder y además disfrutar de largas jornadas de caza (que obsesión esta gente de corona con las escopetas, tú).



Los ochenta son años de cambios en España y el ciclismo no iba a ser menos. Además de la aparición de equipos como Reynolds, Zor, Dormilón o Huesitos, de corredores como Alberto Fernández, Perico, Lejarreta o Arroyo, el empeño de Unipublic para sacar a La Vuelta de la Unidad de Cuidados Intensivos, las emisiones en directo de los finales de etapa,… El Naranco es también testigo directo de este resurgir. Ya no porque se recupere la clásica de un día en 1981. La ronda española, en ese afán de reinventarse, utiliza la subida de casi 6 km como etapa contrarreloj hasta en tres ocasiones. Modalidad que congregaba a cientos, miles de ovetenses y asturianos para poder disfrutar uno a uno de los ciclistas más importantes del pelotón. Testigos de la victoria de Julián Gorospe en 1984, edición más apretada de la historia con aquel duelo Caritoux-Fernández; de la del Junco de Bérriz en 1986, que tenía bien tomada la medida al monte; y finalmente la de Álvaro Pino, dominador de las etapas asturianas en 1988 con su triunfo en la urbanización de Brañillín.

Pero quizás la mayor gesta que se haya vivido en sus cuestas ocurrió en La Vuelta de 1993. Un asturiano nacido en suiza llamado Tony Rominger se jugaba esa edición de la ronda española con su compatriota Alex Zulle, aquel ciclista de la ONCE que no podía haber caído en mejor equipo. Por lo de los problemas de visión, digo. Día de perros. Recordemos que antes se disputaba La Vuelta en abril-mayo y que en Asturies salvo 3 días en julio y 2 en agosto llueve. A ver si os vais a pensar que el verde ese tan guapo está conseguido a brochazos. Frío y lluvia, solo nieve faltaba para rematar la épica. Esa que se almacenaba en los pozos, que a día de hoy se pueden visitar, y que servían para disponer de hielo durante todo el año, bien con fines curativos, gastronómicos o conservación de alimentos.

Pues Rominger, emulando a El Tarangu casi 20 años atrás, ataca bajando La Cobertoria. Pronto abre hueco y su compatriota acaba con los huesos en el suelo. “Agua en carretera. Culo y bicicleta, en flores”, manifestó el suizo de la ONCE al cruzar la línea de meta. “Temí varias veces por mi vida” aseguraba Iñaki Gastón, compañero de Tony en el CLAS, que a duras penas podía seguir al maillot amarillo entrando como un suicida en las calles de Mieres. Si 50.000 personas se dieron cita en la subida a El Naranco en 1974 para apoyar a su paisano, fueron cientos de miles quienes quisieron animar a ese otro asturiano con acento raro que venía de otras tierras del norte. “Tony, Tony, Tony”. Se escuchaba el murmullo desde arriba e intuía que el suizo se acercaba a la meta. “Tony, Tony, Tony” seguía in crescendo hasta que al final ya se convierte en una explosión de decibelios, un estruendo al paso del líder de la vuelta, del ídolo de los asturianos que vencía en la cima de El Naranco y posteriormente en la ronda española. La del Xacobeo 93 y su mascota azul, rara como ella sola, producto de la resaca que nos dejó el 92 y los dos muñegotes más famosos de la época que hicieron bueno a Naranjito.



Pero no podemos definirlo como templo si no gana en su cima un campeón del mundo. Pues bien. Uno no, dos. Y con apenas unos meses de diferencia entre victoria y victoria. Primero, en la clásica de un día, lo hacía recién estrenada la prenda arcobaleno procedente de Colombia un Abraham Olano que muchos ya ponían como sucesor de Induráin. Por la mañana en el monte y  por la tarde en las calles de Oviedo, aquellos Critérium que se corrían para que los ciclistas se pudieran lucir y ganar unas perrillas extras. Carreras que tenían poco de competividad pero servían para el disfrute del público, que tenía a sus ídolos muy cerquita.

Y decíamos que pocos meses después el Cristo (o Sagrado Corazón) que se erige sobre la ciudad de Uviéu veía a otro campeón del mundo lucir sus colores victoriosamente a escasos metros. Fue de las pocas veces que pudimos ver a Miguel Induráin lucir esa prenda, ya que lo había conseguido en la disciplina contrarreloj y solo en esas carreras se lo podía enfundar. Venía a la Vuelta a Asturias con la intención de prepararse para su asalto al sexto Tour de Francia. Eran otros tiempos, las grandes figuras llenaban la participación de la Vueltina para coger la forma necesaria y conseguir objetivos mayores. Induráin ganaba esa cronoescalada y la ronda asturiana demostrando su gran poderío, por lo que nadie presagiaba lo que un par de meses después pasaría en Les Arcs.



Aunque aún queda un último requisito para completar el mito. Que en ese escenario se produzca el hundimiento, la debacle final de un campeón. Donde termina por doblar las rodillas. Y no abandonamos al de Villava. Meses después de no conseguir su sexta victoria en París, a Miguel se le obliga a participar en aquella primera vuelta disputada en septiembre. A regañadientes va el navarro a la ronda española y es que su cuerpo no aguantaba más. Tras una primera semana tranquila y una crono en la que se dejaba casi medio minuto con Rominger y Zulle, Induráin afrontaba la primera llegada en alto en los casi 6 km de subida a El Naranco. El ritmo impuesto por la ONCE y el ataque final de Alex dejaron al pentacampeón del Tour sin fuerzas para seguir al suizo, intentando coger la rueda de un Chava Jiménez que ya empezaba a despuntar y que intentaba por todos los medios que su jefe de filas perdiera el menor tiempo posible. Esfuerzo en vano, Miguel Induráin se apeaba del ciclismo al día siguiente en el Hotel Capitán de Cangues d’Onís, a unos metros de empezar a subir Los Lagos de Covadonga.

Otros puertos tienen nombre, fama y son lugares de peregrinación de todo cicloturista que se precie. El Naranco es historia, tradición, cultura, sidra y gestas de los que un día fueron grandes y quisieron estampar su firma en las alturas de Oviedo.

La vida continúa para los carbayones, que lloran al ver como empresarios y políticos destruyen un símbolo con canteras y proyectos de túneles. Igual que pasó con el árbol que da nombre a los habitantes de capital asturiana. Mientras tanto, continuarán disfrutando de su monte, orgullo de una ciudad y, sabiendo que si algún día pierden el norte, no tienen más que mirar a la colina.


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