¿Cómo puede convertirse un ciclista como Paolo Bettini en mi ídolo? Lo lógico es que siendo navarro y teniendo a Miguel Indurain ganándolo todo (con el permiso de Berzin) durante cinco años, él fuera mi ídolo. Lo cierto es que probablemente Miguel sea la causa de mi amor por el ciclismo. Pero en mi vida he tenido un único ídolo y ese ha sido El Grillo. ¿Por qué Bettini?

Son varias las razones, pero creo que debemos retroceder en el tiempo para saber la situación que vivía nuestro querido ciclismo, allá por el año 2006, de manera que os identifiquéis con lo que se le pasaba por la cabeza a un “juvenil” de 20 años como yo.
Ese 2006 pasamos un verano movidito. Un verano en el que Floyd Landis resurgió de sus cenizas tras el pajarón de la Toussuire y reventó a todo el pelotón camino de Morzine marcándose una histórica cabalgada para sentenciar ese Tour. Posteriormente se confirmó lo que todos sospechábamos. Que iba hasta las trancas. Tour para Pereiro.
Deportivamente ese era el panorama y personalmente, mis amigos y yo nos encaminábamos hacia nuestro primer mundial en el extranjero (segundo mundial teniendo el cuenta el disputado el año anterior en Madrid y ganado por Tommeke), concretamente a la ciudad de Mozart: Salzburg. Un mundial es diferente a cualquier otra carrera del año, el aroma a ciclismo que se respira en la ciudad donde se disputa lo hace muy especial. Tantas y tantas nacionalidades juntas y hermanadas para ver pasar incesantemente a sus ídolos por un duro repecho, día tras día, todo bien aliñado con el disfrute que supone verte sumergido en una cultura diferente a la tuya, lo hacen tremendamente adictivo. En mi caso he disfrutado de cuatro mundiales, y sé que habrá un quinto, y después espero que un sexto y un séptimo y…
Pues bien, ¿quién ganó aquel mundial? Sí, lo habéis adivinado. Paolo Bettini. Le mojó la oreja a todo un Erik Zabel, nada más y nada menos. Y verlo con mis ojos, con todo lo que eso supone, te deja enamorado. Eso es así.

Tras los últimos dos mundiales, el viajar a verlos se convirtió de pronto para nosotros en religión y es que los mundiales eran perfectos para nuestra cuadrilla ciclista, ya que se disputaban cuando la temporada amateur en la que estábamos inmersos tocaba a su fin. Suponía por tanto la mezcla ideal entre nuestra mayor pasión, el ciclismo, y la tan ansiada vida nocturna olvidada durante los 8 largos meses de temporada de aficionados.
¿Y cómo se presentaba ese mundial del 2007 en Stuttgart? Bueno, la verdad que no mucho más halagüeño que el año anterior. A Michael Rassmussen lo expulsan del Tour cuando iba camino de vestirse de amarillo en París y tras ganar con una tremenda autoridad en el Aubisque por delante de Contador y Leipheimer. Detienen a Cristian Moreni en la misma cima pirenaica nada más cruzar la línea de meta por un positivo en un control días atrás, a Vinokourov lo expulsan por una transfusión de sangre tras llevarse dos etapas al zurrón y al actual campeón del mundo, Paolo Bettini, lo interroga la policía alemana nada más pisar suelo alemán (en el 2007 el mundial se celebraba en Stuttgart) por su supuesto suministro de sustancias dopantes a Sinkewitz (que finalmente quedó en agua de borrajas). Además, para añadir un poco más de pimienta a aquel mundial, Bettini se niega a firmar el código ético que la UCI quiere imponer a los corredores. Se niega a ser pisoteado una vez más por la UCI en un ambiente que se convierte cada vez más irrespirable. La Organización del mundial teutón echa un órdago a la UCI y al propio Bettini, amenazando con dejarlo fuera de la clásica de las clásicas, de la carrera por excelencia del calendario ciclista, si no firma el ‘compromiso antidopaje’.
¿Por qué Bettini?
Por eso me empezó a encandilar “Il Grillo”. Porque los ciclistas nunca se habían plantado ante nada ni ante nadie desde que yo tenía uso de razón. Y Paolo lo hizo. Dio un golpe encima de la mesa y se plantó frente a los alemanes, frente a Pat McQuaid y su UCI, frente al público alemán que lo silbaba en la salida, en meta y en el podium, y que a su vez gritaba el nombre de Stefan Schumacher, quién después dio positivo por EPO en el Tour del año siguiente (paradójico ¿verdad?). Los que amamos el ciclismo no entendemos que se pueda silbar a un corredor, por mucho que no te guste y esos silbidos alemanes crearon una atmósfera de apoyo hacia Bettini en los corazones del resto de aficionados venidos de todo el mundo. A una carrera ciclista se va a disfrutar, a animar y a admirar a los ciclistas. Así lo entiendo yo al menos.
Desde entonces admiré y, sobre todo, respeté a Bettini, porque fue el primer y último corredor que se plantó y dijo no a todas las barbaridades que los demás querían imponer a los payasos del circo.
Imaginaos por tanto el delirio vivido en las pulcras cunetas de Stuttgart cuando Bettini cruzó la línea de meta y sacó la metralleta a pasear disparando contra todos los que le habían enseñado los dientes. La guinda fue el poder presenciar cómo Pat McQuaid, públicamente enemistado con el italiano, tuvo que enfundarle el arcobaleno. Poético. ¿Por qué Bettini?, pensaría McQuaid.



Stuttgart 2007 fue un mundial que por todo ese contexto siempre guardaremos en nuestra memoria. Fue el mundial de un antes y un después en la historia del ciclismo. ¿Por qué? Por todo.
Muchos pensaréis que Bettini se estaba oponiendo a un mayor y necesario control al ciclista. No lo niego y a los hechos nos remitimos todos, el ciclismo estaba fuera de control desde hacía tiempo, pero no hay más que ver cómo en el resto del mundo del deporte, todos sin excepción se oponen a rutinas que el ciclismo hace años que ha asimilado y ha adoptado como normales. Nos lo hemos merecido. Sí. Está claro. Pero nunca llegaré a entender cómo los ciclistas nunca se han hecho respetar. Y Bettini lo hizo. Espero que haya más como él en el futuro. Por el bien de todos. Por el bien del ciclismo.