Diario de un cicloturista – El ruido

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Hola a todo el mundo.

Mi nombre no es lo más importante de este diario porque aquí pueden verse reflejadas un montón de personas. Aquí lo más importante es que soy ciclista y la bicicleta lo es todo para mí. Todo gira en torno a este conjunto de rodamientos, ruedas, cables y demás telares que para mucha gente no deja de ser ese aparato que, de vez en cuando, utilizan para dar una vuelta en una apacible tarde veraniega, o para ir a trabajar, o para dar un paseo por la ciudad. Es todo eso y muchísimo más. Podría decirse que es un sentimiento visceral, genético, espiritual, todo a la vez y vuelta a empezar.

Por ejemplo, una jornada cualquiera. Son las 12:30 del mediodía, me falta una hora y media para salir del trabajo y mi cabeza no ha estado casi en ningún momento ahí. Llevo todo el día pensando en ese dichoso ruido que tiene mi bici y en si los ajustes que le hice la noche anterior surtirían efecto. Me daría cuenta en la ruta de por la tarde, verdadero objetivo del día.

Quizás todo sea una locura. ¿Será normal que mi vida gire en torno a esta pasión ciclista? Lo cierto es que ya hace años que no le doy demasiadas vueltas a esta pregunta porque al fin y al cabo, le encuentre respuesta o no a esa pregunta, andar en bicicleta y todo lo que representa, es mi forma de vida. Es mi pasión. Es lo que yo soy. Ciclista.

Ciclista soy, cicloturista me llaman, signifique eso lo que signifique. De hecho siempre he pensado que existen tantos cicloturismos como cicloturistas hay. En algún momento todos nos hemos creído en posesión del significado de la palabra cicloturismo y os tengo que confesar que mi mayor victoria como ciclista se produjo el día en el que entendí que nunca nadie poseerá esa verdad porque en realidad, no existe.

Hay unos días que me siento como Thomas de Gendt yendo de Lombardía hasta casa. Otros días pienso que soy Sergio Rodríguez tirando de la grupeta como si no hubiese un
mañana. Puede que en otras rutas salga solo, con el único objetivo de llegar a un bar de un pueblo en medio de ninguna parte para tomar un café. También me sale a veces la vena escaladora y voy en busca de los puertos más sobrecogedores en todos los sentidos. Y, cómo no, otras veces soy un globero, nada más y nada menos. Si dentro de mí hay tantas maneras de entender el cicloturismo, ¿cómo pretender que exista una única verdad acerca de lo que es el cicloturismo?

La única verdad que existe ahora mismo para mí es que después de estar cavilando acerca de todo esto, ya son las dos menos cinco y en nada me vestiré de romano para salir a
rodar. Antes comeré algo, siguiendo alguna buena recomendación de Aitor Viribay en Zona de Avituallamiento, aunque lo que más me preocupa es el dichoso ruido que me
hace la bici.

Después de tirarme hasta las tantas desmontando, limpiando, engrasando y volviendo a montar varias partes de mi compañera de fatigas, tengo muchas esperanzas puestas en la ruta de esta tarde y, sobre todo, que sea una ruta silenciosa. Que ese quejido de mi bicicleta se termine de una vez por todas. Espero que así sea porque, no sé si os habrá pasado alguna vez pero ese tipo de ruidillos me hacen a mí más daño que si me hubiese retorcido un tobillo.

Aún con el regusto del café después de la breve comida, salgo a rodar por las carreteras habituales. Por las carreteras por las que prácticamente tengo hecho un surco de todas las veces que he pasado por ellas. Me sé los baches de memoria. Tan de memoria como todas las precauciones que he de tomar al salir de mi ciudad y tan de memoria como las cosas que le grito al típico conductor irrespetuoso e imprudente. Somos ciclistas y sabemos que esto es parte del negocio pero no por ello nos acostumbramos a que no nos respeten. Cada vez nos tienen más en cuenta, pero con que haya uno que no, es suficiente. Mejor no pensarlo y seguir avanzando hasta llegar al repecho en el que, si todo va bien, no habrá ningún ruido extraño saliendo de alguna parte de la bicicleta.

Está justo delante de mí. Somos el repecho, la bici y yo en bielas, forzando un poco para ver qué pasa. Es un kilómetro con picos de 12% y una media del 7%. Una perfecta prueba del algodón que, ya sabéis, nunca engaña. Primeras rampas. Sentado, dando unos zapatazos terribles. Silencio. Curva a la izquierda y la carretera cada vez apunta más arriba. Es el momentos. Estoy nervioso. ¿Y si sigue el ruido? Es mejor no pensar, ponerse en bielas y estar atento. A tope, a tope, a tope, a tope. Curva a la derecha, 200 metros y se acabó. ¡SILENCIO! ¡La bici está sana!

No sé que leches se sentirá llegando a los Campos Elíseos vestido de amarillo, la verdad, pero no puede estar lejos de lo que estoy sintiendo ahora mismo en la cima del repecho de un kilómetro por el que habré pasado miles de veces. Cada día, cada ciclista, tiene sus motivaciones y hoy la mía era esta. Ha valido la pena. La bici, ser ciclista, siempre valen la pena.

Escribe Daniel Pazos (cicloturismoleon.com)

1 comentario en «Diario de un cicloturista – El ruido»

  1. Muy buena historia Dani, me has evocado mis mañanas en la oficina: ya son casi las tres, levantas la cabeza del ordenador y miras a la calle, te fijas en ese trozo de guirnalda que cuelga de una farola, banderines de papel del santo de tu pueblo que cantan hacia donde sopla el viento hoy, y esa nube… a las cinco cojo el río dirección norte, lo tengo claro y hoy de corto pero con el chaleco, que a la vuelta se agradece, ya puedo sentir como se encaja una zapatilla en la primera cala y luego la otra, en mi cabeza ya estoy rodando, ya no queda nada.

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